domingo, 25 de marzo de 2012

Lamento de un bosque muerto.



El agua se difumina con la niebla sobre el lago en cuestión, situado en la profundidad cavernosa de los recuerdos de todo ser humano,uno tan profundo como la noche y tan negro como una sonrisa teatral. El resplandor de la luna, por que siempre hay una que hace brillar el vapor de agua, cuando lo hay, justo como a una cortina plateada, cada noche. Incontables sonidos se agitan en la noche, que en ese lugar es también de día,  como una sinfonía de cascabeles mortecinos, las libélulas bailan su danza junto a las luciérnagas que portan el brillo de las ideas, un complot fúnebre acontece con cada día de vida.

Un monzón invernal cubre el paisaje bajo sus sollozos, agita los cadáveres de naufragios ancestrales, de barcos que se estrellan en la nada, que jamás desaparecieron bajo el agua, sino que permanecieron como la rayuela semi-borrada de la infancia de todos los hombres. Un bosque de ramas estrechamente abrazadas, como por el miedo, cruje y gime de  vejez. Cada árbol, echando raíces en lo mas profundo de la desesperación, en la angustia de existir,  se empeña en recoger las partes que el otoño le ha arrancado. 

Desde lo lejos, y mas allá de esa bruma que es nuestra propia alma, el que se esfuerza puede contemplar el latir agónico de la madera. Los arboles agachan sus ramas vinculadas a sus congéneres, e impedidos por la senilidad no logran obtener más que el lejano placer de dar una sutil caricia a los tesoros de la juventud amputados por el tiempo, ahora parte de la hojarasca.

El frío ineludible penetra en su carne cascada, y su sangre ámbar escurre lentamente hacia sus raíces. Gota a gota, derraman el bálsamo cristalino que les abrigará en su lecho mortuorio. La misma savia que les da vida, se convierte en ladrillo y cemento de su último mausoleo. Sus amados tesoros yacen al lado de cada antiguo dueño, tan solo distan el crujir de una rama, siempre cerca, pero siempre inalcanzables.  

La lluvia comienza, es el llanto de la tierra conmovida que la miseria se respira para suspirar,  pasa por las gargantas como ceniza y llena los pulmones de aquellos que aún pueden respirar, con vida. La sangre se contamina de la más profunda tristeza, purgando como una vacuna a la ausencia y a la nada, se torna densa y se congela. El lamento de las añoranzas es el mismo de las penurias y la sangre cristalizada, como un esclavista latiga y corta los corazones de aquellos que se rehúsan a sentir.

Infierno, pasión, terror, amor. Pueden escucharse palabras inaudibles e impronunciables entre los susurros del viento. Y en el horizonte puede sentirse una vibración profana, una tentación de esperanza, un bosquejo de suspiro. El sol se alza como un león tirano, agitando su melena de fuego,  azotando la tierra de la hiel, con nuevos látigos de confort. El fulgor imparable emana con la fuerza de todos los dioses, y se vierte sobre el bosque de cristal ámbar, demasiado tarde para salvarle, pero a tiempo para provocar un último suspiro color carmesí.

El inmortal lamento de un bosque muerto, permanecerá eterno, suspendido, descansando sobre el seno de sus preciados tesoros arrebatados.

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